miércoles, 12 de febrero de 2020

Maldito virus

Llevamos apenas mes y medio de este 2020 y ya tenemos la palabra del año. Coronavirus. Para la mayoría, afortunadamente, es simplemente algo que está en las noticias día sí y día también. Algo temible, pero lejano, que le pasa a gente desconocida en el otro confín del mundo. Pero resulta que nosotros vivimos en ese otro confín. Y en nuestra familia, el virus estalló como una bomba nuclear.

No hace ni un mes todo era felicidad en casa. Nora Mei (disculpad, pero siendo padres de tres cuesta mucho encontrar un hueco ni siquiera para hacer una entrada sobre su nacimiento) había inundado de alegría nuestra casa. Deberíamos estar hablando de eso, de que los niños, en contra de lo esperado, se lo habían tomado genial. De que la cuna de colecho es un descubrimiento maravilloso. De que estamos consiguiendo (estamos realmente orgullosos porque es incluso mas duro de lo que imaginábamos) la lactancia materna exclusiva. De nuestro coche nuevo, de nuestros proyectos profesionales... y sin embargo, de un día para otro, toda nuestra vida dio un vuelco.

Es verdad que vivimos en Hong Kong, no en Wuhan. No estamos ni cerca. Pero las fronteras con China son muchas y muy permeables, y era cuestión de tiempo que empezasen a surgir los primeros casos aquí. Especialmente en esta época de vacaciones por el Año Nuevo Chino, donde muchísima gente de Hong Kong viaja a China a visitar a familiares y amigos, y donde
Hong Kong es destino vacacional de mucha gente china. De todas partes, y también de Wuhan, de la que casi cinco millones de personas salieron antes de que quedase cerrada y asilada. Cinco millones. Una locura.

Las noticias empezaron a llegar y el pánico se instauró en la ciudad. Algo parecido, el SARS, ocurrió en 2003 y solo en HK murieron casi trescientas personas, así que la histeria es comprensible. Los colegios están cerrados por tiempo indefinido, se suspendieron todo tipo de actividades, se cerraron las bibliotecas, los recintos deportivos públicos... De repente, Hong Kong quedó sumida en una cuarentena de facto, con la gente mirándose unos a otros con recelo, con miedo a salir de casa... en fin una situación apocalíptica.

Salíamos de casa lo justo y en coche. Al supermercado y poco mas, y dejábamos a los niños dentro del coche mientras uno de los dos hacía los recados- ¿Necesario? Posiblemente no, pero el miedo es libre, y desde luego irse de valiente no tiene ningún sentido cuando lo que te juegas es algo tan importante como la salud de tus hijos.

Por eso decidimos que era un buen momento para irnos a España un tiempo. Temíamos que, como está pasando, cada vez fuese mas difícil entrar y salir de Hong Kong. Que yo, que tengo pasaporte de Hong Kong y nacionalidad china, pudiese tener dificultades para entrar en España y que la cosa se pusiese peor con nosotros dentro y atrapados.

El miedo, como digo, es libre, y cuando a lo que te enfrentas es algo que no se puede ver y por lo tanto evitar, la angustia es terrible. Solo de pensar en tener que llevar a Nora a vacunar al hospital nos asustaba. La mera posibilidad de que alguno cogiera un catarro (es invierno, sería lo lógico) y tuviese fiebre nos daba pánico porque lo primero que harían sería aislarnos a todos...

Así que nos fuimos, cómo casi todos los extranjeros que teníamos esa posibilidad. Desde España, seguimos las noticias con una mezcla de pena, rabia y desesperación. Los casos en HK, como era de esperar, siguen subiendo y la situación, sin ser límite, es complicada. Todavía no hay fecha para la vuelta al colegio, las calles siguen vacías y el miedo se palpa. Y esa no es vida.

El tema es que hay que tomar decisiones importantes, de esas que te cambian la vida. Y es muy duro. Sus vidas están en pausa y no es justo. Los niños, sobre todo Iago que tiene siete años ya, no puede estar sin escolarizar. Lleva desde Navidades sin colegio, y es insostenible. Y si empiezan el cole en España, es difícil pensar que vayan a volver en dos meses cuando todo esté, (crucemos los dedos) de nuevo en calma.

Y luego está el día a día, la logística. Ser padres de tres es un reto maravilloso pero durísimo, que obliga a los dos padres a estar las 24 horas del día mano a mano haciendo cosas. Y eso se complica todavía mas cuando los dos mayores pasan el día entero en casa y el descanso entre toma y toma es imposible. Una locura. Y es una locura con cuatro manos. No quiero ni pensar lo que es solo con dos. Por eso vivir separados nunca fue una opción y ahora, con dos niños pequeños y un bebé, menos. Pero estamos en una situación límite, porque en HK ahora mismo no se puede vivir.

Y sin embargo, aquí estoy, en un avión prácticamente vacío, cruzando el mundo hacia una ciudad a la que ahora mismo nadie quiere ir, mientras mi hija, que hoy cumple dos meses no ve a su padre y no  entiende nada. Igual que yo. Pero incomprensiblemente mi equipo, todos los equipos, siguen trabajando mientras el resto de la ciudad vive parada. Mi permiso para traer a la familia terminó y el trabajo me reclama.

Y si el vuelo a España lo hicimos con una incertidumbre tremenda, éste de vuelta es el mas triste de todos los que hice. Todos los escenarios que manejamos son difíciles y parece que no hay solución. Lo que tengo claro es que cinco meses, que es lo que queda para el final de la temporada, es un tiempo que no estoy dispuesto a pasar sin mi familia. Los necesito y me necesitan. Quiero ser padre y marido, y ejercer de ello cada día.

Ahora, que el avión está a punto de aterrizar y que el 11 de febrero está terminando, no puedo dejar de pensar que, de una manera u otra, la próxima vez que Nora cumpla meses tenemos que estar todos juntos. Donde sea, pero juntos.







Vuelta al cole

Todo pasa y todo llega. Nunca esta frase tuvo tanto sentido como ahora. En España estáis todos ya en la última fase d...