Te dicen que un hijo lo es todo, y no sabes qué gran verdad es esa hasta que lo vives. No sabes hasta que punto nada más importa cuando él te viene, te da un beso, te abraza fuerte y te dice con sus palabras que te quiere.
Espero que me disculpéis este ataque de sentimientos, pero hay cosas de ser padres que no tienen barreras ni entienden de fronteras. Y este post va de eso, de ser padres. No importa donde. Y habla de la nostalgia, de ver que con sólo algo más de año y medio ya no queda nada de nuestro bebé, de lo rápido que pasa el tiempo y de las ganas que tenemos de que cada instante que pasa dure para siempre y poder disfrutarlo más de lo que lo hicimos. Pero lo cierto es que cada día que pasa también es todo si cabe más bonito.
Por supuesto, todos los días están llenos de miedos y dificultades. Antes, miedo de cuidarle bien, de que no le pasase nada. Ahora, a ése, hay que sumarle un miedo diferente. Ese peso de la responsabilidad de educarlo bien, de enseñarle a ser persona, y esa senscacion de poder equivocarte en cada decisión y que eso provoque un daño irreparable en su futuro...
Mil y una cosas en las que nunca pensaste y que ahora ocupan cada día de tu vida, relegando todo lo demás a un segundo o tercer plano, al mundo de lo insignificante. Porque sientes que nada más importa.
A mi lo que me encanta es la cara que te pone en plan "papá/mamá mira, flipas es genial" con la boca abierta de par en par
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